Alonso Herrero del Valle vive para sus soles, sus lluvias y sus campos dorados. Un productor de vino con un amor por su oficio y una pasión que se remonta (aunque sabe que no es algo correcto en nuestros días) a cuando, de niño, probó el primer sorbo de vino que su abuelo le sirvió con una sonrisa pícara.

Desde entonces, el vino se convirtió en su compañero constante, con un sueño sencillo de decir, pero siempre en constante búsqueda de la perfección: transmitir en cada botella el alma de la tierra que le vio crecer.

Elabora cuantas variedades de vino dan forma a esa aspiración, desde tintos audaces hasta blancos frescos. Cada cosecha es un diálogo entre él y la naturaleza, un esfuerzo conjunto para capturar la esencia del terroir. Se puede apellidar Tempranillo, Mencía o Garnacha Blanca. Pero el nombre es siempre el mismo: Uva. La esencia de todas las cosas que dan sentido a un proyecto vital.

Ha emprendido incontables viajes solitarios para conocer otras producciones, y ensanchar su creatividad y expandir su conocimiento. Ha conocido climas impredecibles y decenas de desafíos técnicos. Un itinerario en el que cada obstáculo lo ha fortalecido. Aprende, experimenta y supera. Lo hace en cada viñedo, que ve como un libro abierto de la naturaleza. En el que cada planta es una historia y cada racimo es un capítulo en la narrativa de la tierra.

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